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lunes, 6 de enero de 2014

Italia, el regreso con un video

Algunas cosas se quedan en el tintero, y hoy el tintero se ha volcado.
La tinta todavía está fresca y se han derramado historias que no había compartido.
No es una propuesta de año nuevo, pero no quería que se embadurnara todo.



Italia el regreso from Marne on Vimeo.

domingo, 10 de febrero de 2013

Francia




Francia se presenta como el portal de casa.
No es la primera vez que circulo por esta costa y sin embargo la sola diferencia de hacerlo en invierno le da al paisaje un aire nuevo en un continente viejo.

Resulta interesante como apenas iniciado el país por este extremo ya lo estoy abandonando para entrar en el suntuoso mundo de Mónaco. Aquí la frontera es el dinero. Pero si lo pensamos en profundidad, resulta que la riqueza es la única que erige fronteras.

Recuerdo la primera vez que llegué. Iba en bicicleta, y aprovechaba la situación que me fuera más propicia, circulaba como peatón o como automóvil, según me enfrentaba a semáforos o direcciones prohibidas. Siempre respetando mucho a los viandantes. Pero la policía del lugar no era muy receptiva ante esas prácticas y casi me calcan una multa. No sirvió de nada hacerse el ignorante ni el despistado, y en reconocimiento a su celo no albergué rencor, pero en su momento me molestó. No puedo hablar por todos los monegascos, pero eché en falta un poco de hospitalidad mediterránea.

En esta ocasión se mascaba más la indiferencia. Bien es cierto que entre la gente que deambulaba por allí nadie lucía un cartel anunciando su procedencia o su pertenencia, pero había un “estúpido velo” que distorsionaba la realidad de las relaciones.

No me entretuve mucho. Apenas un paseo para constatar que algunos nuevos ricos estaban pasando apuros. No vi tantos coches caros, pero sí varios anuncios de venta de embarcaciones.

De nuevo la lluvia me acompañó hasta que mi destino tomó la forma de Niza. Otra noche en busca de un hostal. Pero la suerte estaba de mi lado. Me antecedieron un par de establecimientos no muy económicos antes de llegar a un hostal que me pareció razonable, y en el rato entre que me registré y subí el equipaje en la recepción empezaba su turno Arón.

Digo suerte y digo Arón.
Primero me atendió una chica que hablaba francés, inglés e italiano. Por jugar un poco le pregunté que si también español, pero no. Después de registrarme subía con las cosas y me dijo que el muchacho que acababa de llegar, y que atendía a unos clientes, sí hablaba español. Entre las conversaciones cruzadas que se mantenían se dirigió a mi en castellano. La verdad es que yo no quería jugar con él, prefería a la recepcionista. También le noté un acento que no pude identificar. Por no escapar corriendo le pregunté si alguno de sus padres era español, porque aunque con su particular entonación lo hablaba muy fluido.
Claro, soy de Orense ¡¿?!
Tras la cena me ofreció un rato de charla muy ameno, y demostró que dentro de la generación ni-ni un muchacho de veintipocos años, con cinco idiomas, una carrera y ganas de salir adelante, se venía a trabajar a Francia porque hasta primavera no se incorporaba a otro trabajo. Antes de chupar de una prestación por desempleo o seguir en casa de la familia se enfrentaba a la vida. Chapó.

Conduzco hasta Cannes por un asfalto húmedo vigilado por las pocas nubes que no se han deshecho en chubascos durante la noche. Antes de reencontrarme con una de las capitales del cine hago una parada y compruebo que la cadena tiene una holgura notable. Como siempre he sido una persona de suficientes y de bien, decido tensarla aprovechando que hay sol y no sopla aire.

De nuevo es mi primera vez, pero mi estado animoso y la confianza en la teoría hace que fluya el trabajo. Como no tengo caballete en la moto me he traído un gato por si algún día necesitaba desmontar alguna rueda. No es muy estable pero como solución de emergencia sirve (también lo he utilizado para engrasar la cadena en alguna ocasión).

En Cannes me sucedió uno de esos encuentros mágicos. En mi última visita a la villa me entretuve observando y haciendo algunas fotos a la gente del paseo marítimo. De eso hacía seis años. Mucha gente glamurosa en bañador, paseándose con diferentes grados de exhibición.
Mientras rememoraba la situación un hombre leyendo el periódico me llamó la atención. Tenía algún tipo de conexión directa con mi memoria visual. Estaba sorprendido. Algo me hacía pensar que ya había fotografiado a esa persona, pero no estaba muy seguro.
Leía un periódico que me parecía alemán. Estaba dudando si dirigirme a él, no sabía como plantear la situación, ni sabía si sentiría molesto al abordarle.
Entonces una niña con un cachorro de perro pasó por su lado y el hombre acarició a la mascota y dijo algo a la chiquilla. Lo tomé como una invitación, ya intuí que, al menos, el hombre era afable.
El principio de la conversación no fue muy prometedor.

 
- Parlez vous anglais? (¿Hablas inglés?)
- Oui
- ¿?
- So, Do you live here, in Cannes? )(Vives aquí, en Cannes?)
- No, I come from Belgium (No, vengo de Bélgica)
-¿?

No me voy a extender, resulta que Jack vive y trabaja en Bélgica (tal vez el periódico estuviera en flamenco), pero baja hasta Cannes dos o tres veces al año porque el clima es mejor que en su casa. Tras un poco de conversación de cortesía entro al meollo y ante mis dudas me deja que le haga una foto para compararla con la de hace seis años. Le prometo que le mandaré un mail con las dos, ya sean de él ambas, o de un doble, o de una doblez en mi cabeza.

Lo realmente fascinante es la posibilidad de que efectivamente se trate de él. Un encuentro, una coincidencia que desafía las matemáticas, el espacio, el tiempo, la razón.

La razón ya casi no se inmuta cuando me encuentro con un ciclista que regresa de hacer el Camino de Santiago. Charlamos un poco, lleva una bici que pesa sesenta kilos, y tras una jornada de subidas y bajadas constantes tiene ganas de llegar a un hotel. Mi respeto a un hombre que se toma la vuelta como parte del camino, no vuelve en avión o tren, es un peregrino integro. Y regresa a su lugar de origen en ¡GRECIA!

El trayecto me ha llevado por cornisas sobre el Mediterráneo y ligeras ensenadas, pero a medida que me alejo de los Alpes Marítimos el terreno se vuelve mas llano.
Volveré a acampar y recibiré una invitación a su casa de Toulon de un motorista, pero finalmente haré noche en Marsella y en Montpellier. Mi carácter me hace preferir la segunda ciudad, más pequeña, más entrañable, con reminiscencias salmantinas de ciudad universitaria.

Pero es en La Camargue donde se conjuga una serie de casualidades que son parte de mi trasfondo y por esta vez trataré de explicar. Los que os saltéis esta parte no debéis disculparos, no es obligatoria, como ninguna de las historietas que os he contado.
En la Camargue transcurre una película de Albert Lamorisse:“Crin Blanca”. Sus obras fueron premiadas en Cannes y Venecia, por lo que hay una línea imaginaria que relaciona estos lugares, pero además, su última película transcurre en Irán (“El viento de los enamorados”), uno de los destinos codiciados de este viaje, aunque perdido.
Con esto quiero mostraros la turbulencia de recuerdos y evocaciones que se producen en mi mente cuando estoy haciendo kilómetros en  la moto. Mi diálogo interno al que también acuden imágenes, canciones, sonidos, y en ocasiones olores.
Para colmo, cualquiera diría que estoy en Babia mientras circulo por La Camargue.
Os aclaro que en mis turbulencias generalmente no aparecen los nombres (soy muy despistado para acordarme de ellos) pero la evocación y las relaciones se suceden. Luego, con un poco de internet recobro las referencias para que entendáis de que hablo.

Daré un rodeo para acercarme hasta Carcassonne y su ciudad amurallada. He pasado varias veces cerca y nunca me he detenido a disfrutar de su medievo reconstruido en el siglo XIX. Este fue el principio de las reconstrucciones semi históricas que hacen de Francia un escenario de cuento. Algunos historiadores se acordarán de la familia de los promotores, pero hacen las delicias de los profanos. Eso lo confirman las oleadas de turistas que visitan estos lugares y se sobrecogen durante el acercamiento a un pasado solo intuido.

 
En las cercanías de Perpignan disfruto de lo que será mi última acampada antes de dirigirme por la costa a Llança y luego a Figueras.

En Figueras hago un alto para ver el museo de Dalí. Salí hace tres meses por su casa y vuelvo por su museo.

Cuidense,

Marne

















martes, 5 de febrero de 2013

Italia, el retorno



Empiezo a sentir que estoy de vuelta cuando llego a Italia. Siento que si observo con cuidado veré las huellas que he dejado hace algunos meses. Transitaré de nuevo por algunas carreteras. Los mismos ríos, distintas aguas.

Pero me estoy adelantando.
Antes tengo que dejar Croacia. Y esta vez la aduana ejerce su derecho.
Me sorprende que los requerimientos sean al abandonar el país, y no al entrar.
Los agentes son amables, pero me indican que van a efectuar un control. Todo empieza con la solicitud de papeles, y creo que el hecho de venir de Montenegro y Albania les inquieta.
Un oficial pregunta que hay en cada una de las maletas de la moto y me pide que se lo enseñe. Busca “estúpido-facientes”.
Las abro siguiendo el orden de sus requerimientos. Pero cerrarlas lleva más tiempo, tengo que acomodar de nuevo la carga para que cierren. Es casi un puzle en el que cada pieza ha encontrado su sitio con el transcurso de los días y son reacias al cambio.
Afortunadamente no miran en el único sitio que está cargado de droga. Mi cabeza.

Comparativamente entrar en Eslovenia es sencillo para tratarse de la frontera Schengen de la Comunidad Europea. Pasaporte y ya estoy dentro.
Ruedo unos minutos y me encuentro cruzando a Italia por Trieste.
A partir de ahí me adentro en una niebla sin gorilas pero que incluye algo de lluvia. Mi destino es Venecia, donde pasaré la  navidad. Es mi forma de hacer transcendente una época incrustada en mi poso de tradiciones, en mi pozo de emociones. Pero se reafirma mi creencia de que lo importante, en cualquier momento, es la gente con la que estás y no la fecha del almanaque.

Unas decenas de kilómetros después entro en el Puente de la Libertad entre la niebla que refulge por la contaminación lumínica. No es este el único aura que acompaña a esta ciudad.
En nuestro imaginario solo hay otra ciudad con este significado de romanticismo: París. No preguntéis por qué, pero siempre pensé que era mejor venir acompañado a estos lugares. Las circunstancias y decisiones me traen solo, pero pienso aprovechar la ocasión al máximo.

Unos metros antes de la Plaza de Roma hay un aparcamiento gratuito para motos. Dejo todo el equipaje salvo una pequeña bolsa con la cámara. Pregunto a un chico, que deja su scooter, si se puede dejar la moto más de las veinticuatro horas que indica la señal. No sé si es una respuesta, pero el espíritu mediterráneo aflora y gracias a sus observaciones la moto se quedará ahí tres días sin inconvenientes.

A estas alturas de la jornada estaría preparándome para irme a la cama, pero hoy empiezo a caminar por calles, callejones, muelles, plazoletas, puentes…
Simultáneamente busco dónde pasar las próximas noches, porque los días serán para vagar por la ciudad. Tras algún regateo encuentro un sitio muy agradable con buen desayuno y tetera en la habitación. Adjudicado.

Voy a por parte del equipaje y no puedo resistir salir de nuevo a la ciudad a perderme por las calles. Ahora entiendo mucho mejor a mis amigos sicilianos, Tatiana y Benedetto, cuanto me hablaban de Venecia y su fascinación por ella.

Comparto su visión amplia y profunda que va más allá de la Plaza de San Marcos, Rialto, La Fenice, Los Descalzos, Santa María de la Salud… Una mirada que se detiene en las pequeñas capillas, las urnas en las esquinas de las calles, los cuadros en cada iglesia, palacios, tallas, esculturas, puentes, escalas, muelles, ventanales, galerías, pozos, y un sinfín de detalles que se han ido sumando con los años.

No hay tráfico, ni siquiera bicicletas. Se respira tranquilidad, recogimiento, una complicidad con el lento paso del tiempo. No tiene que ser un lugar fácil para vivir en estos tiempos modernos con sus prisas y lo inmediato, lo insensato. Pero para artistas, creativos, profesiones “liberales”, artesanos, y por su puesto, turistas, es una delicia.

Disfruto mucho del veneto, pero mi alma vagabunda me arrastra de nuevo al camino.
En mis planes está resarcirme de mi anterior fugaz visita a Florencia. Pero antes visitaré Rávena, con unos restos románicos impresionantes, tanto en calidad como en cantidad. La ciudad no es muy grande, pero creo ver un signo definitorio del carácter de su gente en el hecho de que el sistema de préstamo de bicicletas urbano es gratuito y sin restricciones. Auténtica confianza en el espíritu humano. En el hotel también me conceden el privilegio de estacionar la moto en un pequeño cobertizo, cosa que agradezco con esta lluvia.

Como en los dibujos animados, parece que la nube me sigue allí donde voy. Siempre amenazante, pero a ratos perdona y el aire me seca un poco, nunca lo suficiente.

Hoy Florencia está vestida de invierno. Me muevo con soltura, no he tenido tiempo de perder los recuerdos de sus calles en los recovecos de mi cerebro. Volveré a pasear por un pasado inmediato. Y sin embargo lo siento muy distante porque hasta llegar a evocarlo tengo que pasar por una melaza reciente de recuerdos dulces y experiencias densas.

En esta ocasión sí entraré primero en La Academia, y luego en el Palacio de los Uffizi.
En este último casi desisto por la cola, pero coincido con una pareja de franceses muy agradables y charlamos largo y tendido. Vienen de Montpellier y se nos pasa el rato hablando de muchos temas, personales, laborales, económicos… arreglando el mundo para dejarlo como está. Seguramente llevemos una hora esperando, pero ha sido muy entretenido y edificante.

En el museo–palacio la experiencia es abrumadora para un neófito, cuánto más para un estudioso del arte o de la historia. Los estímulos llegan tanto de las obras expuestas, como del edificio propiamente dicho. No se llegan a desbordar, salvo en mi conciencia, y termino agotado, embotado. Las salas están ordenadas por movimientos y épocas, pero en mi mente crece una brisa que pasa por remolino y termina en tornado con obras de Gioto, Fran Angélico, Filippo Lippi, Botticelli, Michelangelo, Da Vinci, Durero,  Rafael, Tiziano, Tintoretto, Rubens, Caravagio, Velázquez, Goya, Van Dyck, Peter Brueguel…
Embotado sí, pero también fascinado.
Como en El Prado, Ciudad del Vaticano, la National Gallery… estas son visitas que se tienen que hacer poco a poco, pero los que no somos tan afortunados de frecuentar estos espacios no podemos evitar la sobredosis. ¡Qué venga ahora el oficial de aduanas croata, esto está lleno de estimulantes!

La siguiente parada es en otro icono, Pisa. Me parece que hay más iconos que semáforos en Italia.
La catedral está cerrada, pero el campanario todavía siente las cosquillas de los pies de los visitantes. Pies que buscan un equilibrio en el espejismo inclinado que los alberga.
Me entretengo con las fotos, me gustaría un nuevo encuadre, que no resulte evidente, pero se me hace imposible. Paseo arriba y abajo, pero he visto tantas imágenes de la mítica reclinada, que no me da la imaginación.
Me resulta simpática una pareja que trata de hacer la foto simulando que empuja la torre, en lugar de sostenerla. Y resulta que son de Terrasa, viajan en furgo. Toni y Dulce, me parecen buena gente. Charlamos un poco y nos intercambiamos señas. Tal vez algún día volvamos a coincidir. ¡Buena ruta!

Por fin sale el sol. Conduzco al lugar del que se extrae la materia de la que están hechos los sueños de los escultores: Carrara. Por un momento pienso que soy un tío original que se interesa por las canteras, pero a medida que me acerco empiezo a ver carteles de visitas guiadas a las explotaciones.
Resulta que no soy tan genuino.
Medito unos instantes y decido buscar una panorámica del monte horadado. Si  entro en la cantera me perderé la magnitud de la explotación. No cometeré el error de meterme entre los árboles para que no me dejen ver el bosque.
Y me alegro. Enfilo una pequeña carretera que sube al tiempo que se va estrechando. En la cima del monte hay bicis y parapentes. No parece el mejor día para volar, pero las vistas son impresionantes. Disfruto del momento y me tomo un piscolabis al sol y el calorcito del mediodía.

El último día del año me pilla en la sinuosa carretera que llega hasta Portofino. Se trata de un tradicional puerto pesquero, que precisamente siguiendo la tradición ahora es un puerto turístico. Tiene mucha fama entre los italianos de la zona. Ya me habían advertido Toni y Dulce que estaba bien, pero que era mejor no tener muchas expectativas. El lugar tiene cierto aire a Cudillero en Asturias. La gran diferencia estriba, en que durante años, por aquí se descuelgan celebridades del mundo del arte, esencialmente del cine. Desde Orson Wells hasta Spilberg, desde Greta Garbo a  Gwyneth Paltrow, y este año parece que vino Rihanna, y Madonna a celebrar su cumpleaños. En fin, dudo que en esta época del año se deje ver alguien del mundo del famoseo. Pero sus casas se quedan.
Lamento que las visitas rimbombantes se conviertan en el mayor atractivo del lugar, me alegro por la villa, pero lo siento por la condición humana. ¿Me estaré haciendo un gruñón?

Todo lo que saco en claro de la noche vieja en Italia es que se comen lentejas y se tiran muchos petardos. De nuevo una fecha a la que damos mucho significado lo pierde si no tienes con quien celebrarlo. No se ve mucha gente por la calle. Apenas algunos que llegan tarde a su cita con la familia entre bolsas y tapers. Me aburro y me acuesto temprano para ser una velada tan significada.

Mi camino me lleva a Génova y finalmente a San Remo, ya casi en la frontera con Francia. Volveré a disfrutar de unos tramos de conducción por carreteras que sortean acantilados y que me acercan inexorablemente a casa.

Cuidense,

Marne














 





















martes, 15 de enero de 2013

Dalmacia




Casi sin querer entro en Croacia.

La flora ha cambiado notablemente. El bosque es menos denso y entre las copas desnudas y ocres flotan cipreses como contenidos en su despegue hacia otras fronteras menos mundanas. Mas tarde aprenderé que, en la República de Ragusa, la tradición familiar era plantar cipreses para que las siguientes generaciones dispusieran de esta madera para construir barcos. Gracias a esto, en el siglo XV, se consolidó como gran potencia marítima rivalizando con Venecia.

Unas decenas de kilómetros pasada la frontera llego a las murallas de la ciudad de Ragusa. También la podría llamar Dubrovnik, pero entro en una ciudad medieval que evoca aquellos tiempos; fosos, murallas, torreones, y puertas fortificadas, todo
sigue ahí de casualidad desafiando terremotos, incendios, asedios, y bombardeos… algunos no muy lejanos en el tiempo.

A las puertas de la ciudad fortificada unos paneles te indican los impactos de morteros y bombas durante el último asedio bélico, y si observas con atención se ven las heridas restañadas, siete de cada diez casas sufrieron daños graves o fueron destruidas.
Hoy la Perla del Adriático no se libra y sigue sufriendo asedios cada verano. Para mi es una suerte que en invierno esté más tranquilo, me permite ir y venir con el anonimato que te da ser un turista en una ciudad turística, pero con la libertad de ser un ciudadano en la ciudad.

Mi intención es seguir el litoral hasta Italia y disfrutar de estas carreteras, sus gentes y sus paisajes.
Se vislumbran las primeras islas y penínsulas que me flanquearán el periplo por una región hermosa donde la gente es muy amable conmigo, y yo desearía que fueran más amables entre ellos. Deseo que el viento sea capaz de alejar y dispersar ese tufillo a rencor que subyace en una tierra pasional. Evoco a Eolo y se une al viaje en los días soleados, se calma en los nublados y no me hace caso nunca; fiel a sí mismo, se mueve a su aire.

Voy de un burgo medieval a otro, pero en el camino llego a uno de los absurdos de esta tierra, entro en Bosnia durante una decena de kilómetros. Paso por Neum, donde está el único puerto Mediterráneo de ese país. El paso es simbólico, apenas enseñar el pasaporte, es más, no necesito ni quitarme el casco.

Muy poco después llego al delta del Neretva. Remonto el curso del río hasta Metkovic, dos ciudades en una separadas por el agua y la incomprensión. A un lado cristianos; al otro musulmanes; en los dos: prejuicios. Ahora en Croacia. Pasando el puesto fronterizo me dirijo a Mostar donde se repite el esquema, pero entonces en Bosnia-Herzegovina.

El Puente Viejo de Mostar ahora es nuevo. Las leyendas que lo acompañan son antiguas, los recelos jóvenes.

El Stari Most fue una maravilla arquitectónica en su tiempo, la elegancia de su único arco que salva unos treinta metros, tanto en altura como en longitud, tenía un secreto escondido, el puente de piedra tenía una trama hueca que le confería unas cualidades únicas en resistencia y efectividad. Demostró su valía durante cinco siglos frente a aluviones y terremotos. Después de su reconstrucción, en el 2004, ha sido un acicate para la unidad y la armonía, esperemos que no sea como su secreto, una esperanza hueca.

Otra de las herencias de la guerra en los Balcanes son los campos de minas. No todos están desmantelados, y recomiendan-ruegan- prohíben que te adentres en zonas apartadas o aisladas, y que no abandones los caminos. Esta circunstancia me hace pensarme mucho lo de la acampada, que está estrictamente vetada. Por supuesto no correré el riesgo. Pese a que la mitad o más de los alojamientos están cerrados, abundan las casas de huéspedes y las habitaciones de alquiler a precios moderados tras un regateo. De nuevo estar fuera de temporada juega a mi favor. Pero en mi fuero interno crece el resquemor de que se aprovechan de la circunstancia para favorecer la ocupación hostelera. Quizás con un tiempo más benigno me arriesgaría, pero las condiciones varían muy deprisa, lo mismo llueve que sale un rato el sol, o el aire combativo reclama su protagonismo. Si a todo esto sumamos un poco de pereza, la cartera se oxigena más a menudo.

La carretera de la costa es idílica. Habitualmente seguir una carretera litoral termina siendo monótono por la uniformidad del paisaje, apenas con alguna ligera evolución o contraste. Pero aquí todo es cambiante, penínsulas e islas van mudando el horizonte, las nubes y los claros te hacen cambiar de estación aunque nunca llegue el verano. En ocasiones los Alpes Dináricos se acercan tanto al mar que apenas dejan un corredor para la carretera, o bien se alejan lo suficiente para dejar alguna explanada cuajada de colinas. Y en cada cambio, la vegetación acompasa con arbolados, arbustos, o apenas roca desnuda con manchas verdes y ocres.

Giran las ruedas camino de Split, pero antes hago noche en la zona de Makarska dónde el viento es dueño y señor. En un pequeño hotel-residencia familiar charlo mucho con el chico, que junto con su tío y su abuela llevan el negocio. Creo que soy el único huésped, pero por el bar desfila algún parroquiano.
Por la mañana el tío está más comunicativo y resulta ser un motorista. Le pregunto por la ruta a Gospic, población relevante vecina a la casa natal de Nícola Tesla. Me comenta que el puerto que parte de Karlobag estará cerrado o impracticable para una moto que no monte clavos en los neumáticos. Si quiero ir hasta allí mejo que lo haga por la autopista, pero que tenga cuidado y no me confíe, que cruzada la cordillera el tiempo es frio y húmedo.


Agradezco los consejos y me dirijo al Palacio de Diocleciano en Split. El edificio a mutado con los años y acoge otra ciudadela medieval, pero esta fue creciendo en el interior del palacio y se mantienen muchos elementos originales, otros reciclados, y muchos reaprovechados.

Unos kilómetros más tarde paseo por Trogir. Por supuesto es otra ciudad medieval, y coincido con el recreo vespertino de los chavales en el colegio. Súbitamente las callejuelas se llenan de cardúmenes de chicos y chicas corriendo por las calles. Gritos y risas se suceden junto al ruido de los pasos que resuenan y rebotan contra las paredes de angostos pasajes. Muchos recalan en una pizzería que la vende en porciones. Deambulan libres por la ciudadela, y ante la falta de otros habitantes visibles se convierten en dueños y señores de la plaza fortificada y del puerto vecino a la escuela.

Buscando donde dormir, termino en una casa con habitaciones y apartamentos para alquilar (aquí lo llaman Sobe). Preguntando por una cama, me enseñan un apartamento. El sitio está bien, pero excede mis anhelos, y en consecuencia mis expectativas económicas. Pero la nieta de los dueños, una chica en la treintena, se identifica con mi situación e intercede ante la familia para dejar el precio en algo simbólico.
Tras la muralla: Tesla
Está de visita por las inminentes fiestas navideñas. Trabaja en un hotel coordinando y gestionando congresos y reuniones. Antes era militar y estuvo destinada en Afganistán, de donde trajo muy buenos recuerdos de la gente del país. Nada que ver con lo “venden” en la televisión.

Desayunamos y charlamos largo y tendido. Hoy quiero ver la casa natal de Nicola Tesla. Será un día intenso. Me separan del museo casi doscientos kilómetros, y una cordillera. Mi idea, que mas tarde troco en obligación, incluye el regreso a la costa deshaciendo parte del camino.
La mitad del trayecto discurre por carretera, pero la segunda mitad la hago por autopista siguiendo los sabios consejos de los autóctonos. Antes de cruzar la cordillera, gracias a  un túnel de cerca de una legua, la temperatura ronda los ocho grados y luce el sol entre algunas nubes. Puedo dar una alegría a la moto recordando que hay velocidades superiores a los cien y le “quito la carbonilla”.

Nicola Tesla
Pero a medida que asciendo la montaña el viento cobra protagonismo. Finalmente entro en el túnel y a la salida todo a virado. El paisaje está nevado, el cielo plomizo esconde el astro rey, y los termómetros marcan un par de grados. De nuevo reducir la velocidad y perseverar en la ruta.
Faltan unos minutos para las tres de la tarde cuando llego al museo en Smiljan, me sigue la decepción muy de cerca, y me alcanza justo en la taquilla. Me dicen que cierran a las tres.
Doy un mini paseo por las instalaciones, pero no intento entrar en los edificios, ni me venden la entrada, ni hay tiempo para un vistazo rápido de las exposiciones.

Empiezo a recogerme mientras llega un coche.
- ¡Anda, uno de Valladolid!- Dice una voz en castellano.
Me giro cuando salen de un coche de alquiler una pareja de Donosti que está de vacaciones. Aclaro que vengo de León y charlamos un poco. También son motoristas, y alucinan un poco. Ante el apremio de la taquillera intercambiamos parabienes y nos despedimos.
Hago una consulta del itinerario a la encargada antes de partir. El camino más corto hasta la costa está cerrado al tráfico por el viento. ¡Y yo que me preocupaba por el hielo!
De nuevo en la carretera, cero grados: ni frio ni calor.Me dirijo a Zadar buscando la costa y un clima más templado.
Por la mañana paseo por sus rincones engalanados para recibir la navidad.
Frente a la ligera llovizna, yo venzo mi ligera pereza.
Remonto la costa camino de la península Iliria y de Pula para ver su anfiteatro, pero la noche me pilla cerca de Rijeka, en Bakar. Otro burgo medieval. Mi paseo por la villa se ve sumergido en las notas de una coral. Localizo la iglesia de la que sale. Entro. Se trata del coro de la Filarmónica de Rijeka , aprovecho la oportunidad de escuchar música croata, un villancico y un góspel de excelente calidad.
En estos burgos medievales no hay tráfico, la gente se saluda por las calles, y se respira mucha tranquilidad. Delicioso.

Decido que pasaré la navidad en Venecia. Hoy es veintiuno, pero me dará tiempo. Solo haré paradas en Pula y Porec, para disfrutar respectivamente el anfiteatro y una iglesia con unos mosaicos bizantinos espectaculares.

Cuidarse,

Marne