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miércoles, 12 de diciembre de 2012

Capadocia y fin de Turquía




Capadocia.
Uno de esos lugares mágicos con una historia que se pierde en la noche de los tiempos, “cuándo el mundo era joven y se creía la muerte como un sueño”.

Circulo por la que puede ser la única llanura de la península de la Anatolia. La sensación es de estepa pura, estepa dura. Aquí hay poblaciones enteras construidas bajo la superficie en un intento de protegerse de los enemigos más temibles, los hombres. Bueno, y también ayuda contra el clima feroz. Pequeñas ciudades de hasta veinte mil personas, cuentan con viviendas, caballerizas, graneros, templos, pozos… asentamientos pequeños en hormigueros gigantes. Hoy solo son atracciones turísticas, pero dan una idea de la realidad del entorno durante mucho tiempo.

Los neumáticos se desgastan rodando hacia Göreme, patrimonio protegido por la Unesco. En esta zona de origen volcánico hay una de las formaciones geológicas más espectaculares del planeta. Esta condición ha sido reclamo y solaz para la humanidad desde su inicio y ha creado un paisaje mitad natural, mitad modelado, donde se distingue, excavados en las torres y chimeneas lávicas, casas, refugios, santuarios…
Los primeros asentamientos datan del paleolítico y su uso llega hasta nuestros días. Recuerda un poco a las casas encantadas de Cuenca en su aspecto de cuento de hadas y formaciones como salidas de la imaginación de artistas capaces de pintar como niños, o tal vez niños capaces de pintar como artistas.

Durante la visita coincido con Anjaly. Esta chica es un terremoto. Es escritora de Lonely Planet, y está preparando algo sobre la zona. Es de Kerala en India, pero está afincada en Dubai. No para de hacer fotos mientras hablamos, y se nota que es una persona muy activa. Viene con Hamed (creo recordar) desde Nevsehir, apenas a quince o veinte kilómetros. Él trabaja en una compañía de vuelos en globo sobre la zona y ella había perdido uno de los autobuses que vienen hasta aquí. Supongo que en temporada alta saldrán cada quince minutos, pero ahora tendría que esperar una hora. Paseamos juntos mientras Anjaly se va muriendo de frío poco a poco, pero sin perder la sonrisa. Decidimos comer juntos para charlar un poco más de nuestras situaciones, tan próximas geográficamente, pero tan distantes motivacionalmente (¡vaya palabros!), y también evitaremos que nos acusen de hipotermia imprudente.

Hasan, servidor, Anjaly
Los lugares de comidas en la población más cercana son casi todos de terracitas, pero la meteorología no acompaña. Incluso en este tiempo, por todo el país, las terrazas de muchos establecimientos siguen funcionando. Tiene su lógica en los lugares que apenas tienen edificada la cocina y los aseos, que son muchos. Pero lo curioso es que la gente los sigue frecuentando en vez de dirigirse a los que tienen comedores cerrados. No sé si se trata de un intento de que dure la sensación de buen tiempo, o su recelo a estar confinados.


Recalamos en una cueva donde hacen actuaciones en directo, un bar musical, que también puede servir comidas y alcohol. La cocina del dueño, Hasan, no es su fuerte, pero se adivina que las fiestas son buenas. Nos ameniza la comida un rato, y yo me quito el mono de tocar la guitarra tocando la baglama, pero es que este tipo además cuenta con una baglama electrificada y un equipo conectado al ordenador, de modo que la psicodelia llama a las puertas de la razón. Pasamos un rato agradable, pero Hamed tiene que irse a currar, y antes debe dejar a Anjaly en Nevsehir. Nos despedimos con intercambio de señas y promesas de ayuda cuando llegue a la India.

Quitándome el mono (Foto Anjaly Thomas)

Me quedo un rato más con Hasan. Ha estado treinta años en Alemania, pero como dice él, ha llegado un momento en su vida en que prefiere vivir en una cueva y dedicarse a otras cosas. Esas cosas parece que se trata de su música. Me cede una canción para que la use en el video que quiero hacer de Turquía, el tema es propio y lo ha tocado, programado y grabado todo en la cueva. Un gran tipo este músico.
No me entretengo mucho más. La noche acecha y tengo que buscar donde dormir.

Con la oscuridad llega la tormenta, agua nieve, viento y la visita de la Jandarma, algo parecido a la guardia civil, solo que aquí van siempre con los “cuernos de chivo”.
Son amables. Intentamos comunicarnos, pero no sé turco y ellos no saben otra cosa. Casi tengo que insistir para que miren el pasaporte porque la cosa es un poco surrealista. No me hacen gestos hostiles, pero tampoco se retiran.
Hotel Discordia

He montado la tienda en un entrante-cueva con la idea de un poco más de protección y tener mañana la tienda seca a la hora de recoger. Es una suerte que se pueda montar sin necesidad de piquetas porque el suelo es de roca. Finalmente, uno de ellos con tres galones me pasa su móvil, hablo con alguien en algo parecido al inglés. Apenas entiendo que no es seguro estar allí. Pregunto cuál es el problema y termina diciendo “not legal”. Le devuelvo el celular al hombre y por señas me dice que no hay problema, que pase la noche y que me vaya mañana. Más que agradecido.
Mientras hablábamos ellos se refugiaban en el saliente, excepto uno muy serio que debe ser de pedernal. Lo mismo antes vivía en las ciudades subterráneas y eso explicaría muchas cosas.
La empatía de la patrulla me alivia. En medio de la tormenta y con el frio sería un suplicio recoger el campamento y buscar otro sitio donde pasar la noche. Añadir que tendría que montar la tienda lloviendo, ¡que desidia!.
La mañana se levanta desapacible, pero de momento no llueve. Ni nieva. Solo las cimas están glaseadas.

Dirección Ankara. Destino desilusión.

El camino no transcurre por sitios muy elevados, no pasamos de mil quinientos metros, pero me pilla la nevada, y en el parabrisas se forma una capa de hielo que buscaba mi pecho. Otra constatación de que pese a las prisas era necesario hacer la cúpula antes de salir de viaje.
En Atenas entré lloviendo. En Ankara entro nevando. Mucho tráfico y de nuevo a reptar entre los coches. Llego a una zona con tres hoteles en la misma avenida y me detengo. Entre mis bazas aceptables: treinta y cinco euros sin desayuno ni parking, terminan incluyendo los dos, y el aparcamiento en los sótanos del hotel, a cubierto y cerrado.

El día siguiente amanece luminoso pero con un poco de frio. Quiero aprovechar el tiempo para visitar las embajadas.

El mazazo es fuerte, necesitarán un mes para concederme el visado de Irán.

No es fácil, pero cambio de planes como ya os he contado.

¡Adiós a Tailandia en moto!
¡Hola nuevas opciones de vagabundeo!
¡Hola otra vez Estambul!
¡Adiós Turquía!

Cuidense,

Marne




Lección 1/4 de tono


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