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jueves, 6 de diciembre de 2012

Turquía






Haciendo carbón vegetal
La ruta de ciudades Griegas y romanas por este país es extensa.
Desde luego no paro en todos los sitios marcados con letreros marrones, indicativo de lugar de interés turístico, y en ocasiones, de lo que pretenden que tenga interés.

Supongo que Troya es un paraíso y una tortura para los arqueólogos. Hay tantos asentamientos soterrados por terremotos, incendios, saqueos, y abandonos por plagas, que la cantidad de información es abrumadora. Es esta misma condición la que hace que separar las “capas” sea complejo y motive muchas teorías. Y uno de esos errores de tradición histórica, con el tesoro de Príamo.
Para los neófitos, se trata más un lugar ligado al romanticismo histórico, y en mi caso no termina de ofrecer su recompensa debido a la amalgama de ruinas que nos complica hacernos un idea de la Troya que buscamos, la de Homero. Quizás la menos relevante históricamente, comparada con los asentamientos neolíticos y del bronce, pero evidentemente la más mundana.

De camino a Pérgamo, esta sí es una parada interesante, hago un alto en Assos. Solo cobran por ver los restos de lo que queda del templo de Atenea. El edificio fue una singularidad, pero hoy apenas quedan unas columnas, el resto se conserva en Boston, París…
El gran parte de la ciudad da la sensación de que está anhelante de prospecciones, y se divisa alguna cata protegida hasta mejores meteorologías. Yo entré por la puerta oeste, el paseo de las criptas, a la sombra de unos restos de murallas que todavía sobrecogen. Se puede ver el teatro, el foro, restos del templo del agora, el boulterión y restos de las estoas.
Assos

El lugar no está acondicionado y transitas por senderos rodeados de arbustos y no siempre muy practicables, no es extraño coincidir con algo de ganado. En mi paseo semi-salvaje, siguiendo escasos carteles, iba pisando muchos restos de terracotas, probablemente tejas, pero de vez en cuando había algún trozo lo bastante revelador como para distinguir las estrías propias de la alfarería, o restos de pintura. Estos detalles me conmueven. Me hace fantasear con las personas que los usaron, pero sobre todo, las que los crearon, y no puedo evitar montarme mis propias películas.

Antes de continuar el periplo coincido con la única persona que vi en toda la “ciudad”, un alemán sexagenario asentado en los alrededores hace años, acompañado de su fiel raza-peligrosa. No hablaba mucho inglés, y lo lamento, porque me parecía interesante su situación. El resto del paseo lo hice con un obstinado compañero, Eolo, que no parece gozar de las simpatías de mucha gente por aquí a juzgar por nuestra soledad. Yo tengo excusa, es mi primera visita. Una inscripción delata que él ha venido en otras ocasiones: “Eolo trae buenaventura a Assos”, en referencia a los barcos que traía.


Pérgamo es la cara opuesta. Cuidado, restaurado, preparado para las visitas. Dotado con un teleférico para llegar descansado hasta lo alto de la colina,  ubicación reiterada. Por mi parte accedo por la carretera, quizás camino, oculto al visitante, pero llegando arriba comprendo que el acceso constante de autocares sería inviable. Aparcamiento de pago exiguo, algún taxi, y las motos de los tenderos de bagatelas sempiternas, hoy con la visita de una pariente opulenta. Como en otros emplazamientos, las motos no pagan derecho de pernada. Mejor.
Dicho esto, me quedo con el Asclepión, en la parte baja de Pérgamo. Quitando la biblioteca expoliada por Antonio para ofrecérsela a Cleopatra, me resulta más emotivo el antiguo hospital. Y como no, bebo de una de las fuentes de la salud, ¡qué pena que las piscinas estén esencialmente desmanteladas! ¿Dónde estará el espíritu de Galeno, o cómo han permitido este desaguisado?


Éfeso es espectacular, y singular porque no está en lo alto de ningún promontorio. Aquí hay que venir con ganas de pasear, el complejo, pese a estar vetado, es enorme. Solo la zona de las casas de mosaicos requiere un buen rato. Del resto qué decir, es una ciudad, y de las grandes, con ágora y foro. Uno de los teatros más grandes de la época, todavía practicable y que los romanos usaban también para las luchas de gladiadores. Y para grande el templo de Artemisa, una de las siete maravillas de la antigüedad, de la que hoy no queda prácticamente nada, restos que en su caída han rodado hasta los museos de medio mundo.


Los días pasan entre ruinas mejor o peor conservadas. Carreteras aceptables con subidas y bajadas constantes. La geografía es caótica y obliga. En treinta o cuarenta kilómetros ya estás retrepando puertos de mil metros y cabalgas por la cresta. Da la sensación de que volverás a bajar, pero no, te encuentras accediendo a valles colgados que obligan de nuevo a subir para poder sobrepasarlos. Atraviesas un macizo montañoso del tipo de los Picos de Europa, no algo “ordenado” como los Pirineos, con una columna que vertebra y valles esencialmente paralelos. Cuando te quieres  dar cuenta un nuevo puerto, sin darse importancia, te lleva a mil novecientos metros y un termómetro en el camino marca cero grados, cero en condescendencia. Presagio del fresquito que me espera en el interior de este país bravo. No en vano estamos a las puertas del invierno, y sin contar la costa, el resto recuerda mucho al clima en la meseta española, sobre todo en la zona de Ávila y León, maquillado por las montañas, y en muchas ocasiones me evoca a los valles de Babia (sé que soy pesado, pero es mi trasfondo, y la comparativa es recurrente).

Boda

Tras varias noches durmiendo de acampada, alternando, naranjales, olivares, granadales, pinares… Buscaré refugio hostelero en Antalya. Dos capítulos que reseñar al montar el tinglado son un olivar y uno de los pinares.

Entré en un olivar buscando la protección de los árboles de la madrugada y su rocío. En pocos metros aparece un tractor que me sigue, me parece más educado parar y explicarme, si puedo. Por señas le explico que pretendo pasar la noche y continuar. La respuesta poco más o menos: el olivar es tuyo, donde quieras. Amplias sonrisas y asentimientos, gracias.

El día antes de llegar a Antalya ingresé caída la noche en un pinar, tras seguir un camino lo suficiente para alejarme del ruido del tráfico, me topé con un asentamiento de chabolas de madera y plástico con iluminación eléctrica. Algunos coches, perros en su ronda, y algún paseante. Me pareció más prudente parar. Seguir internándome en el bosque no tenía sentido, y darme la vuelta no me apetecía. En un espacio neutral entre chamizos y pinos, me detengo a unos metros de una chabola con la puerta abierta y gente en la entrada. Me quito el casco y me dirijo hacia ellos con el saludo neutro (sin connotaciones temporales ni religiosas): ¡Meraba!
Me sale al encuentro un hombre y empezamos el diálogo de besugos que termina con fútbol y sin impedimentos para instalarme. Unos minutos después se acerca de nuevo acompañado de algunos colegas, supongo que para mostrarles al español loco.
Aclaramos que ellos son leñadores, y que yo no estoy del todo loco. Duermo como un lirón entre risas vecinas que tal vez ayudo a mantener, y por la mañana los hombres se van a trabajar en silencio. Quedan solo mujeres y un par de niñas muy pequeñas.
Respeto.

En Antalya continuo con los trámites de visados iraní y paquistaní iniciados hace más de una semana en Estambul. No termina de pintar muy bien. Ya veremos como termina.

Cuidarse,

Marne










4 comentarios:

  1. Que es lo blanco (me imagino sal, o algún rollo volcánico) y la última foto?. Mola bastante...

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    1. Se trata de Pamukkale, efectivamente aguas termales con depósitos esencialmente de bicarbonato. La última es un charco seco, sin más.
      Cuidense

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  2. Gracias por dejarnos ver una parte del mundo a través de tus ojos.

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  3. De nada, ya puestos a compartir no hay que ser exclusivista.

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