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jueves, 3 de enero de 2013

Montenegro




Llueve, las luces de la aduana se reflejan en los charcos convulsos creando ríos dorados. Un edificio pequeño construido con fondos europeos, y compartido por los dos países, separa los euros de los lekes.
Me hacen pasar por la acera con la moto, cosa que agradezco porque así estoy a cubierto y no tengo que esperar la cola.
Llevo los documentos de la moto y el pasaporte en el bolsillo interior de la cazadora, metidos en una bolsa para evitar que se estropeen si me mojara mucho.
Como cada vez que paso una frontera me quito el casco para que puedan compararme con la foto del pasaporte, y me desarropo cuando saco los documentos. Antes de ponerme en ruta me toca abrigarme otra vez, pero ahora me tomo mi tiempo.
Llevo varias horas bajo la lluvia, aunque no he cantado mucho, y aprovecho el techado para relajarme un poco. Dejo pasar el rato confiando en que afloje algo, en el poco tiempo que hemos necesitado para cumplimentar los trámites a arreciado y no me llama mucho ahondar en el monte negro a estas horas de la noche.

La lluvia empatiza conmigo y se tranquiliza, pero no para. Llegó el momento de continuar, me dirijo a la costa con la esperanza de que el clima sea más suave.
Me adentro por una carretera que se ha estrechado después de la barrera. Me muevo entre taludes tomados por la vegetación. Hay un olor espeso, dulce y penetrante a caramelo de humus y setas. La fragancia es primigenia y se ha marinado lentamente. Nuestra imaginación olfativa es escasa y languidece, y dudo que lleguemos a imaginaros una palabra para describirla. Pero alguna parte de mi cerebro la reconoce y la disfrutamos juntos. Ya es noche cerrada, pero el olor es capaz de evocar sentimientos luminosos.


Llego al Ulcinj, la población no parece muy grande de momento, pero se respiran los últimos aires libres antes de que sea tomada por el turismo y termine perdiendo su carácter.

No sé si esta zona se puede considerar como parte de la Costa Dálmata, pero en todo caso para mi comienza aquí un largo paseo marítimo hacia el norte.
El país no es muy grande, y la siguiente parada será Kotor y su bahía. Mi agradecimiento a Julio (El apóstata) por las recomendaciones de los Balcanes, ahora comprendo su fascinación por estas tierras y sus gentes.

Una apuesta. No puedo concebir otra explicación mejor.
Un par de dioses menores escandinavos aburridos en uno de sus largos inviernos. Bebiendo calvados en cuencos de madera y con guirnaldas de plata labrada, la mente se calienta no solo por el hogar alimentado de coníferas que despiden aromas resinosos mientras se consumen. Las fanfarronadas alrededor de una mesa apenas devastada y solo pulida por los codos de los comensales y las escudillas que van y vienen. Y finalmente el desafío: trasladar un fiordo hasta el Mediterráneo. ¿Cómo lo hicieron? No lo sé, pero aquí está. O lo hicieron juntos, o uno ganó en detrimento del otro. Tampoco lo sé. Pero algo sí sé: es hermoso.

Hoy no llueve, está cubierto y hay una calima que me acompaña durante el viaje. Me encanta toda esta costa. Lamento no tener el valor y las ganas necesarias para internarme en el resto del país. Promete bosques dignos de la tierra media, orografía escabrosa pero no mal intencionada, y adivino la gente conformada en esta tierra como seres francos y decididos. Varios me harán señas de buena ruta cuando nos crucemos a modo de bienvenida e invitación a profundizar en su esencia. Pero hoy soy cobarde.

Desde el sur se llega por un túnel relativamente nuevo, pero yo me desvié por la carretera vieja, que salva un pequeño puerto de montaña. En la collada puedo ver la nieve en las cimas y me basta girar la cabeza para ver el fiordo difuminado entre la niebla.

La ciudad vieja está en una pequeña explanada rodeada por murallas de vértigo. Pero no por ser muy altos los muros, si no porque van desde el nivel del mar hasta  más de los doscientos metros en las fortificaciones superiores. Ciudadela medieval con algunas iglesias y la catedral comenzada en el 908. Esto en verano debe ser un hervidero de gente, pero ahora muchos bares, restaurantes, tiendas, hoteles… están cerrados. Calles estrechas y sin tráfico invitan a perderse tanto en el espacio como en el tiempo.

Recorrer la bahía es una delicia. Pinturas rupestres en cuevas, pequeños islotes con monasterios o iglesias, asentamientos en la orilla con apenas unas casas, zonas donde la montaña cae empicada hacia el mar, y lo que parece uno de los ríos más pequeños del mundo, en cualquier caso brota de una oquedad en la montaña para caer con estruendo en forma de cascada directamente en el mar.

Cuidarse,

Marne




3 comentarios:

  1. Pues el interior de Montenegro es bien hermoso también. Desde Nis hasta la frontera con Bosnia tienes lugares alucinantes, carreteras surrealistas y cañones que quitan el hipo.
    Pero, claro, si vas a seguir la costa Dálmata no te dará tiempo a arrepentirte de no haber pasado por allí porque entras en una zona realmente hermosa también :-)

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  2. Gracias por los consejos.
    Solo intuí un poco las posibilidades del interior del país cuando me dirigía a la costa, pero la tarjeta de visita era sugerente.
    Cuidarse

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  3. Ey! Me mola el pueblo ese en el mar... Muy defendible frente a los zombies. Yo como siempre poniendo un punto de cordura a todo esto...
    Nacho.

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